Momento frívolo

Carlos de Beistegui,príncipes, millonarios y socialites del mundo entero 3 de septiembre de 1951.



El millonario mexicano-español Don Carlos de Beistegui –Charlie para sus amigos- se había consagrado con su famoso baile de disfraces del 3 de septiembre de 1951, para el que había invitado a todo el Gotha y al cafe society de la época al Palazzo Labia, su refugio veneciano sobre el Gran Canal. Le Bal Beistegui, que permanece en la historia social como uno de los más grandes acontecimientos mundanos del siglo XX, reunió en Venecia a príncipes, millonarios y socialites del mundo entero. Fue la primera gran fiesta después de la Segunda Guerra Mundial. Las invitaciones fueron enviadas seis meses antes para que los privilegiados tuvieran tiempo para prepararse. Tener listos los disfraces y llegar a Venecia en 1951 podía ser toda una aventura, pues por barco o tren el viaje insumía cinco días.

A través de toda Europa los expectantes invitados se preocupaban por obtener sus disfraces a tiempo y días antes ensayaban entradas majestuosas para la gran noche. Se dijo que una extraordinaria procesión de Rolls-Royces atravesó el Paso de Simplón en dirección a Venecia, llevando enormes cajas de Dior sobre sus techos, “una cadena humana de cajas de sombreros Reboux”, como dijo uno de los invitados. 

El día de la fiesta Charles de Beistegui desapareció en una suite del Grand Hotel para evitar escenas frenéticas, como por ejemplo de gente reclamando sus invitaciones que no habían llegado por alguna razón. Los invitados llegaban desde el ancho canal que fluía hacia el Gran Canal, donde la excitada multitud expectante los alentaba y aplaudía. El ambiente era electrizante mucho antes de llegar al baile y hubo algunos de los invitados que se unieron a la diversión quitándose sus máscaras para deleite de la multitud. El diseñador Jacques Fath, vestido como el Rey Sol, tuvo que permanecer de pie en su góndola porque “su postura (estaba) marcada por un disfraz tan perfectamente armado y pesado con sus brocados que no podía sentarse”, escribió el Príncipe Jean-Louis de Faucigny-Lucinge en su libro Legendary Parties. 

 Lady Diana Cooper, vestida como Cleopatra por Cecil Beaton y Oliver Messel, hizo una entrada que constituía “… una hermosa vista con la luz de las ventanas del palazzo cayendo sobre su cara, sus perlas y su peluca rubia” inspirada en el magnífico fresco de Tiepolo “El Banquete de Cleopatra”, que era el tema central del baile. El Palazzo Labia es verdaderamente famoso por su salón central, con su altura descomunal y sus frescos representando a Antonio y Cleopatra. Duff Cooper, antiguo embajador británico en Francia, tenía un saco cosido bajo su disfraz de dominó para sostener un matraz. Había estado en suficientes fiestas de Beistegui para conocer la probable escasez de alcohol y ser consciente del potencial aburrimiento en el momento de espera recibiendo a sus invitados en lo alto de una gigantesca escalinata, Beistegui era una conspicua presencia en una enorme peluca rizada del siglo XVIII y borceguíes de plataforma que lo elevaban dos pies por encima de todos los demás, por lo que podía ver y ser visto en la noche que probablemente fuera la más importante de su vida.

Todos, desde el Aga Khan a la actriz Gene Tierney –en la cúspide de su carrera en Hollywood- estaban allí. Las entradas ocuparon gran parte de la velada, “algunas mejor que otras”. La princesa Caetani, la vizcondesa Jacqueline de Ribes y la princesa Colonna usaban idénticas máscaras blancas y negras. El disfraz de Christian Dior fue diseñado por Salvador Dalí, el viejo Aga Khan era una “siniestra figura en seda negra” y Orson Welles iba en traje de esmoquin con su cabeza adecuadamente coronada con plumas como único disfraz. 


Daisy Fellowes acudió como la Reina de África. No se sentía bien esa noche y estuvo recostada en cama antes de hacer su entrada. Cuando le llegó su turno, se elevó de la cama y se convirtió en una reina. El Barón de Rédé comentaría: “Ella fue por lejos la más elegante de los invitados. Nunca había visto a nadie caminar de forma tan bella como ella lo hizo. Tiene estilo innato”. 


Setenta lacayos con disfraces del baile de la Duquesa de Richmond la noche antes de Waterloo atendieron a los invitados. Ballerinas de la compañía de Cuevas representaron sarabandas y minuetos en el patio, mientras que los bomberos de Venecia formaron una fantástica pirámide humana de cuatro pisos de altura en el salón principal del palacio. Dos bandas de jazz amenizaron la hora del baile. Aparte de estas atracciones y el espectáculo de los disfraces, se dijo que “la cena estuvo buena y la bebida abundante”, lo que no siempre era el caso en un entretenimiento de Beistegui. Algunos de los invitados no llegaron a casa hasta las 6 de la mañana. El acontecimiento fue espléndido y los periódicos le dieron amplia cobertura, incluso fue fotografiado por Cecil Beaton para Vogue.

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